martes, 30 de noviembre de 2010

Helena Almeida

Me gusta la obra de Helena Almeida, fotografías pintadas con grandes trazos blancos, azules, rojos, negros.

En éstas no hay pintura. Son fotografías en b/n, como de costumbre, de unos pies sobre un suelo mojado. Al principio, creo que es una acera, pero no, es un interior. Es ella jugando. La exposición se llama Bañada en lágrimas y la vi en la Galería Helga de Alvear (Madrid) en octubre de 2010.

Me encanta su cuerpo de señora mayor, los mocasines de monja, la falda y el jersey negros. Me gusta que siga interesándose a sí misma y que el vehículo de su arte arte no sea un cuerpo joven y atractivo.

A veces, retratar la juventud en el arte me parece hacer trampa, hay tanta juventud en la publicidad, tanta ausencia de otros cuerpos y otras caras, que me decepciono al ver, otra vez, fotografías o pinturas de jóvenes bellos y distantes. La publicidad ya la veo en la tele, y aunque suene retrógrado, cada vez me interesa menos.


Me conmueve la búsqueda y afirmación de sí misma, por su honestidad y falta de narcisismo. Me interesa la rebeldía contra la pintura de sus comienzos, que le lleva no sólo a oponerse a ella sino a ultrapasarla, a desbordarla y apropiarse de ella. (Como decía el comisario Gerardo Mosquera refiriéndose al español y al colonialismo, "la lengua es vuestra, pero la canción es mía". Para mí, es como salir del armario.


Su obra es un camino de ida y vuelta porque, finalmente, su deseo inicial se desvanece. Como ella misma dice, ya no existen las viejas cuitas, han perdido relevancia. Lo queda una metodología de trabajo, un lenguaje propio, una forma de utilizar su cuerpo y la fotografía como forma de expresión.

Sus primeras piezas aluden claramente a la pintura, como las series Estudio para un enriquecimiento interior, 1976-77, o Pintura habitada, 1974 y 1975: ella cubriéndose de planos de pintura azul o metíendose trazos de color en el bolsillo. Pero con el tiempo el tema de la pintura per se desaparece para incorporar una narración más compleja, lúdica y en parte literaria, que recuerda a Becket, a Perec, a Cortazar (y también a Pina Bausch): Salida de azul, Dentro de mí (ambas de 1995), Yo estoy aquí (2005), The Conversation (2007).


Dice: "Lo que a mí me interesa es siempre la misma cosa: el espacio. La casa, el tejado, la esquina, el suelo: el espacio físico de la tela. Pero sobre lo que quiero trabajar es sobre las emociones. Las emociones constituyen diferentes formas de contar una historia".

(Un detalle interesante: la vuelta a la pintura "heroica" de la década de los ochenta, con Enzo Cucchi, David Salle y Julian Schnabel, le hizo sentir muy descolgada y sola. Me resulta curioso que, en efecto, hubiera una vuelta a la pintura tan consciente de sí misma entonces y que hoy me parece tan ingenua e impostada. Que conste que no hablo de las obras sino del movimiento de retorno: del deseo de recrear en el presente un momento a partir de la nostalgia y la fantasía.)


jueves, 11 de noviembre de 2010

Viajes con Isabella


En 1883 Isabella Stewart Gardner (1840-1925) viajó a China con su marido. Estuvo en Macao, Shanghai y Beijing e ilustró su periplo en un álbum de imágenes realizadas por fotógrafos locales. Anteriormente ya había viajado a otros lugares sorprendentemente remotos: en 1867 visitó San Petesburgo y Noruega, y a la estancia en China le siguieron Vietnam, Cambodia, Indonesia, India, Egipto y Palestina.


Isabella Stewart Gardner fue una de las primeras coleccionistas de arte estadounidense. Tras años asesorada por Bernard Berenson, en 1903 construyó una casa-museo para albergar su colección. El edificio es teatral y a ratos delirante: entre lo veneciano, hispano-árabe y medieval, introduce con efectismo elementos antiguos dentro de la fábrica moderna (capiteles, mosaicos, vidrieras…), y uno parece siempre estar dentro de una fantasía u otra.


El museo (www.stwartgardnermuseum.org) puede verse en la web, aunque en realidad es mucho más cutre que en las fotografías; no vano su fundadora prohibió que se modificara el más mínimo detalle de la colección y del museo. Por eso, ahora las luces resultan demasiado tenues y en parte deprimentes y las salas tienen un aspecto triste y deslucido (no sin encanto)[1



En 2007 Luisa Rabbia (www.luisarabbia.com) pasó un mes como artista residente en el museo. El resultado es Travels with Isabella. Travel Scrapbooks 1883-2008 [Viajes con Isabella. Álbum de viaje, 1883-2008], un vídeo precioso basado en el álbum del viaje por China de 1883. Como el propio museo, la pieza es un pastiche: fragmentos inconexos que, juntos, consiguen formar un todo verosímil.



Acompañado de una música sencilla e hipnótica, el vídeo de Luisa Rabbia funciona como un antiguo panorama, un telón que se desplaza lentamente de izquierda a derecha mostrándonos diferentes escenarios. Las postales chinas se deslizan ante nuestros ojos y se animan por momentos con nuevos personajes: fotografías, vídeos y dibujos pintados en bolígrafo azul. Son obras anteriores de Rabbia, que ella inserta en esta nueva versión del viaje a China de Isabella, conjugando las biografías de ambas en una única imagen. También aparecen objetos del propio museo que adquieren proporciones gigantes: un abanico se despliega, saludando, desde la torre de Yufeng, en Beijin; una avestruz de metal pone un huevo; y una lata de té se convierte en un edificio más.


Sin duda, parte de la fascinación de
Travels with Isabella procede de lo extraordinario de las fotografías que le sirven de punto de partida. En su mayoría son imágenes de edificios monumentales, pero hay otras de escenas típicas y extrañas. Hay imágenes de esferas labradas con dragones, instrumentos astronómicos del Observatorio Astronómico de Beijing que visitó Isabella Stewart Gardner; de prisioneros con gorros “de chino” atrapados por cepos; de hombres y mujeres en palanquín…, todas ellas un calco de lo que soñábamos de niños era la “antigua China[2].



La animación parece muy simple, “puro Méliès”, con recortes que se superponen a la imagen principal y se mueven torpemente. Es un auténtico collage de corta y pega que recuerda a las animaciones de Terry Gilliam. En la película de Rabbia el agua invade salones y callejuelas; sobre la Gran Muralla llueve a raudales, el cielo se ilumina intermitentemente y gira sobre sí mismo, e inmensas raíces se mueven en todas direcciones enlazando unos motivos con otros.

No he conseguido ver el vídeo entero, pero existe una página web sobre la pieza diseñada por Isabel Meirelles, que es quizás la mejor forma de verla. La página es excepcional no sólo por su belleza, sino también por presentar y condensar de una manera muy simple información de diversa naturaleza.


[1] En 1990 13 piezas del museo fueron robadas (entre ellos cinco dibujos de Degas y pinturas de Rembrandt, Vermeer y Manet): debido a las instrucciones del legado de Isabella, a día de hoy, su lugar en las paredes del museo permanece vacío. Last Seen, de Sophie Calle, recrea las piezas robadas a partir del recuerdo de los empleados del museo.

[2] Algunas de las imágenes son del álbum de Thomas Child Views of Peking and Its Vicinities (1875-1880). Es interesante saber que Child también componía falsas fotografías combinando varias imágenes en una. Ver Regine Thiriez, Barbarian Lens: Western Photographers of Owlalogn Emperor’s European Palaces. Overseas Publishers, 1998. También, http://maximumcities.net/Photoweb/entries.html