sábado, 26 de marzo de 2011

Women without Men



Los vídeos y fotografías de Shirin Neshat giran en torno a la posición de la mujer en el Islam y la violencia que éste impone, literalmente, sobre su cuerpo. Normalmente en blanco y negro o en tonos sepia, su obra es característica por la belleza de sus composiciones y el acierto con que conjuga el silencio, la música y la imagen. Hay piezas extraordinarias, como Turbulent, que enfrenta dos pantallas con un hombre y una mujer cantando, él ante el público y vestido de blanco; ella, en chador y confinada al espacio doméstico.


Women without Men, su primer largometraje, sigue explorando este tema a través de las historias de cuatro mujeres durante el golpe del Estado de 1953 contra el gobierno de Mohammad Mosaddeq, el último de corte democrático antes de la revolución de 1978-79. Es, precisamente, el intento de recrear a un tiempo una situación política e histórica compleja y el universo interior de estas cuatro mujeres lo que quizás lastra la película.


Shirin Neshat es ducha en la construcción de narraciones en que dominan la imagen, la elipsis, el soliloquio y la poesía, pero no se mueve tan fácilmente en otros registros. Quizás por ello, los diálogos de Women without Men son en su mayoría algo forzados y los intentos de contextualización no acaban de fluir ni de componer situaciones verosímiles. (Por un lado, en un mundo tan controlado por los hombres, las mujeres desaparecen sin que haya consecuencias; por otro, las justificaciones --las causas de los efectos-- se hacen demasiado explícitas y terminan siendo superfluas, al no aportar profundidad ni la historia ni a los personajes).


Así, el filme en ocasiones parece un forcejeo entre la sobre-explicación de las acciones y la tentación de abandonarse a un lenguaje más poético y que funciona, en manos de Shirin Neshat, mucho mejor. En este sentido, la película tiene momentos emocionantes y más que memorables: el jardín donde coinciden las tres mujeres; la voz profunda de Munis en su diálogo interior o su cuerpo hundiéndose en la alberca; el tránsito de Faezeh por el bosque y el canto de Fakir. Pero, por encima de todo, el personaje de Zarin.



En efecto, la prostituta Zarin es el personaje más coherente y mejor dibujado de la película, quizás porque se revela casi exclusivamente a través de imágenes y disfruta de un simbolismo más simple y directo que el resto. Si todas esas mujeres viven en una cárcel construida por los hombres y si todas ellas buscan su emancipación, sólo en su caso, y sin que medie palabra, el espectador llega a comprender lo dañino de ese mundo y lo necesario de la liberación, que obviamente es la del espíritu. Sólo para ella, el jardín y, en última instancia, la muerte, tiene verdadero sentido como refugio y salida.



En marzo de 2010, la galería La Fábrica presentó un fragmento de la película, un collage de escenas dedicadas a uno de los personajes, Faezeh. El vídeo mostraba las cuitas, avatares y emociones del personaje (su violación, la sensación de pérdida y vergüenza, el jardín como microcosmos que es posible habitar), pero era más esquemático y misterioso que la película y dejaba más espacio para la especulación e inteligencia del espectador, lo cual, creo, es prerrogativa de todo buen arte.

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